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Oficina Internacional de Subversión Popular

Política

Artículo de Chomsky

Puse la radio para enterarme de lo que pasaba y, obviamente, pensé que era una atrocidad espantosa. Reaccioné igual que la mayoría de la gente de todo el mundo. Una atrocidad espantosa pero, a menos que esté usted en Europa, Estados Unidos o Japón, supongo que todos sabemos que no era nada nuevo. De la misma manera han tratado las potencias imperialistas al resto del mundo durante cientos de años. Fue un acontecimiento histórico pero, desgraciadamente, no por la magnitud ni la naturaleza de la atrocidad sino por quiénes habían sido las víctimas.

Si repasa cientos de años de historia, los países imperialistas han sido básicamente invulnerables. Se cometen cantidad de atrocidades, pero en otro sitio. Lo mismo que Japón cometió atrocidades en China y, hasta donde yo sé, no hubo ataques terroristas en Tokio. Siempre se cometen en otro sitio. Y eso viene ocurriendo desde hace cientos de años. Ésta es la primera diferencia. No es tan sorprendente. He hablado y escrito sobre estos temas antes y, por todas partes, aparecen en la literatura especializada. Ha sido bien interpretado y es más que obvio que, con la tecnología contemporánea, es posible que grupos reducidos sin demasiada sofisticación tecnológica cometan tremendas atrocidades. El ataque con gas en Japón es un ejemplo.

Esa clase de cosas han sido de dominio público durante años para cualquiera que preste un poco de atención. Puede encontrar artículos en revistas especializadas de Estados Unidos, escritos mucho antes del 11 de septiembre, en los que se señala que no sería tan difícil provocar una explosión nuclear en Nueva York. Hay cantidad de armas nucleares fuera de control en el mundo entero. Por desgracia, decenas de miles de ellas y de sus componentes. Hay información disponible al alcance de cualquiera sobre cómo combinarlos para producir una pequeña «bomba sucia». O lo que se llama una pequeña bomba, puesto que la lanzada en Hiroshima sería a estas alturas una «pequeña bomba». Pero una bomba como la de Hiroshima en la habitación de un hotel de Nueva York no tendría ninguna gracia.

Y no sería en absoluto difícil colocarla. Quiero decir que, con una capacidad bastante limitada, una persona podría probablemente pasar componentes de contrabando por la frontera canadiense, una frontera desguarnecida que no puede protegerse. Es muy posible que ocurra esa clase de cosas en estos tiempos, a menos que los conflictos se encaren de manera sensata. Y la manera sensata es tratar de entender de dónde viene la cosa.

De nada sirve limitarse a armar escándalo. Si de verdad se busca intentar prevenir futuras atrocidades, hay que tratar de averiguar cuáles son sus raíces. Y casi todos los delitos, un delito callejero, una guerra, lo que sea, por lo general tienen algo detrás con visos de legitimidad, y son esos visos de legitimidad lo que es necesario tener en cuenta. Y tanto vale si se trata de un delito callejero o de crímenes de guerra de una potencia agresora.

Orwel

En múltiples aspectos de su filosofía, George Orwell se acerca mucho a la sensibilidad anarquista. Él mismo lo reconoce explícitamente en Homenaje a Cataluña cuando afirma: ``Si sólo hubiese tenido en cuenta mis preferencias personales, hubiese optado por unirme a los anarquistas'' (capítulo 8). De hecho, para el Freedom Defense Committee, que Orwell dirigía junto a Herbert Read, la defensa de los anarquistas encarcelados era una de sus principales preocupaciones. Sin embargo, es imposible considerar al autor de 1984 un anarquista en el sentido doctrinal y militante del término. En ninguno de sus ensayos se defiende la idea de que una sociedad sin estado sea posible o incluso deseable. A decir verdad, Orwell era simplemente un demócrata radical, y por tanto, partidario de un estado de derecho, capaz de asumir sus funciones ``con la mayor eficacia y el mínimo de obstáculos posibles''.1

Así, el hecho de que Orwell se definiera en varias ocasiones como un anarchist tory es ante todo una muestra de la complejidad de su pensamiento político. Asimismo, no hay que olvidar que, para el autor, se trataba más bien de una broma y no de un concepto teórico, aunque, como señala certeramente Simon Leys, dicha fórmula constituye ``la mejor definición de su temperamento político''.2. Esta expresión va a constituir mi punto de partida para intentar identificar ciertos aspectos de 1984, generalmente mal conocidos o infravalorados.

La historia de 1984 es, ante todo, la historia de la rebelión del individuo, Winston Smith, contra el poder absoluto de los señores de Oceanía. Pero al final de la novela esta rebelión se derrumba. Así pues, 1984, es, aparentemente, la historia de un fracaso. Sin embargo, poco se ha dicho sobre el hecho de que el fracaso de Winston no se debe a que cualquier rebelión contra el poder de Gran Hermano sea imposible, sino a que su propia rebelión es básicamente falsa. Por un lado, opta por prescindir del apoyo de los proletarios, cuando, en realidad, su presencia masiva y silenciosa planea constantemente en la obra. Después, cuando Winston finalmente decide actuar y organizarse, se une a la misteriosa ``Fraternidad'' del no menos misterioso Goldstein, una organización que acabará revelándose como una oposición facticia, creada y manipulada por el propio Partido. Esta es, pues, la primera lección política de la novela: aunque la rebelión del individuo ante un poder tiránico siempre es comprensible desde el punto de vista psicológico, nada garantiza, a priori, que las ideas y los actos que la materializan sean a su vez legítimos o simplemente eficaces. Lo cierto es que existen rebeliones alienadas, es decir, rebeliones que se ajustan perfectamente a la lógica de los sistemas que pretenden combatir y que suelen contribuir a reforzar sus efectos. Para Orwell, esto ocurre cuando una rebelión no procede de la ``cólera generosa'' que, por ejemplo, inspiraba a Dickens (como veremos, esta cólera generosa siempre está vinculada a la common decency), sino cuando sus raíces psicológicas profundas se hallan en la envidia, el odio y el resentimiento. Ninguna auténtica rebelión puede surgir de esta fuente envenenada.3 Y es que los que están poseídos por su propio odio pueden perfectamente imaginarse que son la negación en acto del despotismo reinante, pero en términos fotográficos, sólo son el negativo de la película. Basta con leer la famosa escena en la que Winston entra a formar parte de la ``Fraternidad'' para descubrir hasta qué punto, como señalaba Evelyn Waugh, esta peculiar organización es otra banda más, que en nada se diferencia del Partido.